Hace un tiempo contábamos el quehacer de este hombre que posa aquí junto al gato sibarita, en un careo filosófico de gran nivel que precipitó a ambos a la desgracia.
El gato sibarita, aquejado de angustia existencial se dio a la absenta y a la lectura indiscriminada de poetastros románticos. Tuvo que ser internado casi en coma etílico y luego de alguna intervención en la Parainterpintura de Mirito Picason decidió voluntariamente recluirse en un monasterio tibetano desde donde cada tanto nos hace llegar algunos poemas que francamente no valen para nada, a la espera del restablecimiento total de su sanidad mental.
Kasansasky llevaba la filosofía a las casas, en un valiente intento por inquietar a la sociedad en que vivimos acerca de la naturaleza real de las cosas. Incluso cobraba por acercar el desasosiego del ser a aquellos que viendo las noticias o los programas de humor descubrían de pronto que un plato bien colmado de fideos o una pizza grasosa rebosante de mozarela no bastaba para cubrir el vacío enorme que el silenciosos universo producía en su cerebro. Lamentablemente topó con el paraguayo Borelio, quien ejercía desde su peluquería un dominio casi mafioso de la filosofía. Con las paredes llenas de diplomas de cursos de peluquería y otros del estilo Asistió al curso "El ser, la nada y el feng yui, impartido por el profesor Galíndez Borelio pasó a la acción y emboscando a Kasansasky le propinó junto con otros filósofos amigos una paliza que lo dejo postrado en un contenedor.
El gato sibarita, aquejado de angustia existencial se dio a la absenta y a la lectura indiscriminada de poetastros románticos. Tuvo que ser internado casi en coma etílico y luego de alguna intervención en la Parainterpintura de Mirito Picason decidió voluntariamente recluirse en un monasterio tibetano desde donde cada tanto nos hace llegar algunos poemas que francamente no valen para nada, a la espera del restablecimiento total de su sanidad mental.
Kasansasky llevaba la filosofía a las casas, en un valiente intento por inquietar a la sociedad en que vivimos acerca de la naturaleza real de las cosas. Incluso cobraba por acercar el desasosiego del ser a aquellos que viendo las noticias o los programas de humor descubrían de pronto que un plato bien colmado de fideos o una pizza grasosa rebosante de mozarela no bastaba para cubrir el vacío enorme que el silenciosos universo producía en su cerebro. Lamentablemente topó con el paraguayo Borelio, quien ejercía desde su peluquería un dominio casi mafioso de la filosofía. Con las paredes llenas de diplomas de cursos de peluquería y otros del estilo Asistió al curso "El ser, la nada y el feng yui, impartido por el profesor Galíndez Borelio pasó a la acción y emboscando a Kasansasky le propinó junto con otros filósofos amigos una paliza que lo dejo postrado en un contenedor.
Esto desató una guerra entre bandas filosóficas que se tiraban con sofismas y solipsismos e importunaban a abuelas Zen que volvían de la compra.
La abuela Juana, cansada de estos patoteros los echó a escobazos reestableciendo la sana simplicidad del barrio. Borelio cerró la peluquería y se volvió a su Puerto Stroessner natal. Kasansasky, luego de un tiempo en recuperación decidió volver al delivery filosófico. Pero entonces le sucedió un caso. Mientras horneaba una remesa de buñuelos descubrió en uno de ellos la cara de la divinidad.
Yo, que siempre había encontrado sustento en el análisis de las leyes que rigen nuestro comportamiento y el mundo que nos rodea, de pronto vi que había un algo intangible que escapaba a todo análisis. Así que quise llevar esta nueva noción a aquellos a los que atormentados por comentaristas deportivos witgesteinianos se dejaban vencer por la apatía. Llevo conmigo un maletín con milagros que estoy recopilando o me mandan señoras conocidas. también quiero poner una línea 900 que se llamará inquietudes milagrosóficas.
Kasansaski nos mostró su maletín pero no nos dejo ver su interior. Yo por esto, cobro, nos dijo, adelantando la mandíbula en un gesto cómplice. Luego vimos un buñuelo medio comido en el que no había impresa cara ninguna, a pesar de la insistencia del hombre.
Un indicio que lo sindicaba como un perfecto trapichero indigno de los principios que quiso inculcarle el paraguayo a las patadas...
Kasansaski nos mostró su maletín pero no nos dejo ver su interior. Yo por esto, cobro, nos dijo, adelantando la mandíbula en un gesto cómplice. Luego vimos un buñuelo medio comido en el que no había impresa cara ninguna, a pesar de la insistencia del hombre.
Un indicio que lo sindicaba como un perfecto trapichero indigno de los principios que quiso inculcarle el paraguayo a las patadas...
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