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EN LAS MILONGAS DE LA LOCURA (Extraído de LusiardoTango.Club) Por H.Felipe Llovregat

 Hemos vuelto a la normalidad. La crasa y disoluta senda de normalidad infame por donde van las publicaciones de la editorial El Croto acoge en su margen un nuevo espanto. Palabra apropiada pues su ultimo hallazgo editorial apunta directamente al horror cósmico y lo envuelve en un indisimulado plagio disfrazado de ambiente tanguero. Se trata de En las Milongas de la locura de Horacio Felipe LLovregat seudónimo que encubre a un tal Samuel Orencio Bidón, que con su fanatismo quiere homenajear  al inventor del horror cósmico:  el escritor de Providence y creador de los Mitos del Chulthu Howard Philiph Lovecratf y a su novela En las montañas de la locura.

En biografía de solapa, Bidón consta como  «Profesor de etnias muertas y tango canyengue, demonología televisiva y también escritura»,  actividades todas que a priori no parecen muy redituables ni conexas.
Nótese el también de la editorial que sugiere una vocación tardía, un pasatiempo pagado por la familia  y el distanciamiento cínico del editor.
Si la cosmogonía de Lovecraft se basaba en la premisa de alienígenas, razas primigenias y oscuros dioses anteriores al hombre sobreviviendo en la creencia y culto de pequeñas poblaciones en decadencia con humanos deformes, fruto de la cruza endogámica entre los lugareños o la inseminación alienígena,  la morondanga que ha creado Llovregat no le va en saga. Su protagonista es un tal Carlos Dexter Waldo, viajante de comercio cuya actividad lo lleva a pequeñas poblaciones rurales  donde oferta su producto: Galletitas Salamin.
Como buen milonguero el hombre lleva un mapa viejo con abstrusas anotaciones sobre milongas y sitios donde se baila, además de un Cd con tangos de Raciatti y dos pares de zapatos. Buscando la localidad cordobesa de Guasapampa extravía la ruta y metiéndose por un camino de tierra llega, luego de atravesar una imposible niebla purpurea, a un monstruoso pico «Cuya oscura sima se perdía en un caos nubico en el que me pareció atisbar aladas formas que se cernían sobre los techos bajos y casi abandonados de una ciudad que intentaba sobrevivir bajo la ominosa mole.
 El Rambler Ambasador quiso calarse como si presintiera la negrura que nos amenazaba desde el aéreo abismo. Obstinado le di velocidad al coche y llegamos con el envión a la primera calle de la inmunda ciudad, cuyo nombre era  Sanwich y donde me apreste a tomar un cuarto, perdida la esperanza de milonguear" .
La descripción de la ciudad y sus habitantes  es calcada a las creaciones de Lovecratf.  Reemplácese Sanwich  —la versión culta del sanguchito,  el paso mas conocido por los principiantes—  por Dunwich, cópiese y agítese con abundantes adjetivos truculentos y tendremos la mitad de la novela armada.
Techo altos de arquitectura delirante, calle lóbregas, miradas furtivas provenientes de lugareños huidizos y con rasgos en los que se ve abiertamente la degeneración y horror húmedo harán el resto.  Bidón nos somete a un carnaval de situaciones incomodas que dejan ver a cada instante un sesgo mas xenófobo y racista que el plagiado original. y las ata con una ferviente creencia en el purismo de las milongas de antaño.
 Reproduzcamos aquí, para que puedan degustar sin ambages el peculiar plagiado de Bidón:
Luego de comer en la posada LA GUACHITA  un infecto guiso en el que había flotando en la salsa de tomates mal cortados y con zanahorias sin rasurar algo parecido a una milanesa requemada que los horridos parroquianos sorbían con avaricia y glotonería,  salí a la calle con mi bolsa de zapatos al hombro y, metiéndome en tortuosas callejuelas con las piedras impregnadas en la sal de un mar extinto,  oí, no sin estremecerme por el frío o la soledad, unos compases que me parecieron familiares. Siguiendo el sonido  me detuve ante el portal derruido de una capilla que hundía su decrepitud en un pasaje marginal. Entre los extraños capiteles salían dos cosas penetrantes: un vaho a podredumbre y un tango inidentificable ejecutado por una orquesta que no había oído en mi vida. 
Metiéndome en la oscuridad de un cavernoso pasillo que parecía bajar hasta las mismas profundidades de la tierra recordé con espanto el pasaje que el uruguayo loco Albardo Jailafed describe en el prohibido libro que bajo llave se guarda en la biblioteca de  la universidad de  Wiskitonic en Gharkan, el monstruoso Milongonomicón. El salón subterráneo donde el Dios ciego Taratutut danza junto a su corte de estridentes adoradores sin compás. Pero al término del pasillo solo me aguardaba una puerta.  Algo parecido a trazos efectuados en la piedra  por garras o uñas catalépticas me indicó que aquello era una milonga.
Un ser bulboso e infecto que cobraba la entrada me inquirió con su boca chancrosa: Pagame, fierita.
Franquee la entrada y supe que los horrores descriptos en los Pasiis Misteriis ,  los Manuscritos Pavotidos y en el imposible BolsenZapatiden Kulten de Güerner von Chupa tenían allí su tenebroso origen.
Subiéndose a la corriente critica que solo ve en las milongas de hoy exhibicionistas y profesores de tres años, el protagonista ve dentro y fuera de la pista seres horrorosos y deformes con eje desviado y rudimentario danzar, acechando a muchachas habilidosas. La iluminación es tenue y la atmosfera asfixiante. Algunas parejas bailan en la penumbra sin sentido de la ronda  topándose a cada paso e  intentando  acompasar sin éxito a una orquesta que desfigura los tangos con acordes abolerados.
 Prosigue Bidón:
 Luego de calzarme los zapatos al lado de la barra en donde se exhibían innúmeras empanadas verdinosas y babeadas y otras suculencias dudosas, cabecee a una muchacha que me pareció mas bien normal. Sentí su mano en la espalda pero sus dedos parecían dotados de ventosas, como la excrecencia de un calamar abisal.  El tango ejecutado con inconcebibles instrumentos, vestigios colmillares de alguna dormida raza, se me escapaba a cada instante. La muchacha hacia unos sonidos guturales en mi oído y mis compañeros de ronda parecían conspirar para bolearme con excrecencias enfundadas en zapatos que ni el más desorbitado diseñador podría haber llegado a  imaginar.  En un instante de subida demencia sentí que la estancia cavernosa y  el suelo se elevaban y comprendí que acaso hasta el uruguayo Jailafed se había quedado corto en sus alucinaciones.  Bailábamos dentro de la ulcera del pie de una divinidad gigantesca qué,  abrazada a la cumbre que oscurecía Sanwich,  firuleteaba con cósmica y enloquecida liviandad. 

El final es previsible y malo. Waldo sale huyendo de la ciudad con su Rambler Ambassador, seguido por una turba que amenaza devolverlo a las Milongas de la locura. Al volver la vista atrás la divinidad  ciega se apresta a una sacada. Perdido el sentido Waldo sigue conduciendo hasta que ve las luces de Guasapampa.
Ya no recuerda que ha venido a vender Galletitas  Salamin y busca desesperadamente una tango maratón donde olvidar.
 Si,  como esperamos, esta basura tiene éxito, nada nos cuesta hacer un poco de futurología y adelantar los siguientes éxitos del demonologo-canyenguero-escritor.  El que susurraba en las tinieblas, el morador de la volea,  El Caos arrastrante,  La búsqueda onírica de la desconocida milonga de Kagar y la maldición que cayó sobre D'arienzo, harán sin duda las delicias de los fanáticos de El Croto legión tan oscura como los adoradores de los dioses primigenios que don H.P. Lovecraft describía allá por 1920, cuando el tango eclosionaba y era aceptado por las gentes Bian.
El ciego Dios Taratutut nos ampare.

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