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LIBROS PARA COMER, UNA INICIATIVA PIONERA

En los tiempos que corren cualquiera es capaz de leer con un poco de tesón y empeño los libros que se editan. Así es como la misma tipografía de los libros ha pasado de cuerpo 8 a 16 para que las jóvenes generaciones que se asoman a la lectura de policiales nórdicos ( así llamados por la ubicación geográfica de sus autores y porque sumergirse en ellos conlleva inevitablemente hundirse en el sueño de su falta de humor) no se despisten y se salten líneas. Lo del cambio de tipografía nos lleva también a otra realidad del quehacer literario: los originales son cada vez más delgados por lo que la letra grande compensaría la falta de ideas. Pero, ¿Qué sucede con los clásicos? ¿Que fue de aquellos farragosos libros que llenaban páginas y páginas de bien cuidada prosa y que fueron relegados con el tiempo a un mero objeto decorativo o prensa facturas en las casas de la gente bien?  Pocas son las personas que en el trajín de la vida moderna son capaces de llegar al final de un Kafka