Compartió la suerte o la desgracia de llamarse casi igual que Gomez Bolaños, Chespirito.
Migró a los trece años a México con su familia. Volvió a Chile unos días después del golpe de Pinochet, porque a los veinte años creía ser inmortal. Lo detuvieron, lo salvó un compañero de la infancia, al que le había tocado ser policía. Volvió a México, ese México sufrido y torturante que aparece en el periplo de Arturo Belano y Ulises Lima, sus dos antihéroes fantasmales de Los Detectives Salvajes, cuya historia se cuenta como la de Citizen Kane, de Orson Welles.
Cruzó el charco y se quedó en Cataluña.
Como Chandler, la fama le llegó en la madurez.
Y digo fama cuando debería decir reconocimiento, y digo reconocimiento cuando debería decir que alcanzó a vivir holgadamente con la literatura, luego de trabajar como un condenado en Casi todos los oficios, (como el mismo decía).
Escribió y leyó, escribió y leyó.
Le entusiasmaba y le divertía la obra de Borges, la de Bioy, la de Kenedy Toole También la invisible calidad de demasiados autores ampliamente ignorados.
Fustigó a los bestselleristas y a los mediocres.
Fue a vivir a Blanes y de allí pasó a la mitad del 2003 al hospital Vall de Hebrón, donde luego de un coma de diez días se murió de insuficiencia hepática, sin que pudieran encontrar para ël un hígado donado compatible.
Cuando se marchó tenia cincuenta años.
Su novela póstuma 2666 habla del infierno en la tierra y del secreto del mundo.
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