No hay, hoy
por hoy, mucho que decir de la poesía. Se deja cabalgar por un ejército, de
locos, de errabundas, de iluminadas almas en conflicto. Siempre ha sido así,
siempre en el margen. En el estante alto que acumula las sombras. Sin otra
utilidad que el destello fugaz al desespero. Y aunque a veces parezca algo
social, en eventos tan bien encuadernados con metáfora y ego donde no invitan a rapsodas reales, la
cosa poética es algo íntimo y más cercano
al gesto perdido en un barco de arrugas, en el humor un poco melancólico de una
suave derrota, en los papeles grises que envuelven una muerte.
La poesía,
es el casi en la nada. Un girón de pelusa debajo de las uñas del gato que no
caza. La poesía es el rastro, y el vacío. El maullido débil que en el insomnio
escuchas. Y el silencio que en medio de la noche te interroga.
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