Poema espontáneo 40: Se tarda casi un siglo entre el titulo y la primera línea. Y un segundo segundo en volver por las huellas perdidas. Debes, forzosamente, suspender la mirada en la coreografía aérea de las moscas y sorprender el verso en el roncar silbado de la gata blanca o el ronroneo de la gata negra. En esos paisajes inasibles vive la voz de la divinidad, casi una cicatriz de luz intolerable, al borde de la oscura, parpadeante noche. Y si uno comete la tontera, la tentación de atacarla con dedos ingeniosos, se despliega a roletes y termina en el barro de la pedantería, como es el caso ahora. Conviene no llevar nunca un croquis de emociones. La cosa no funciona si uno se empeña en danzas de lápices mordidos y anda llorando frases que no tienen, paredes que las meen.
Llueve en el San Jordi de este año. El viento se lleva los sueños de futuro y la cándida belleza del pasado, material de trueque, símbolo de amores —o promesas de amores— medievales, leales o imposibles. Graniza. Hay una desbandada de escritores (o dobles de escritores) corriendo, sin decoro ni dignidad, para salvar los egos. Ya se encargarán los mercaderes, del libro abandonado. Las floristas aprovechan la tormenta para llenar los cubos de las flores. Y las rosas, con su breve vida destinada a morir, lloran, hermosas, pensando que la lluvia las entiende.