Se esta poniendo de moda en toda la capital, clasificar los infantes como un color o como un cristal (primera versión del Vaivén del suku-suku, del tarateño Rojas obsesionado por la psicopatología de la Vida Cotidiana de Freud).
Según parece, desde los años ochenta van llegando al mundo niños diferentes cuya conciencia de sí es muy superior a la nuestra.
No queda bien claro de donde vienen. Algunos teóricos apuntan a un plan divino, que cansado de reciclar almas baratas ha incentivado desde fines de los setenta, la producción de guías espirituales ultra evolucionados que removerán nuestra sociedad de abajo a arriba, limpiando las pelusas de nuestra inconsciente manera de ser.
Otros tienden a pensar que es un magno plan extraterrestre para que no nos pille el apocalipsis Maya o nos choque el planeta Hercolubus, que desde hace un tiempo nos tiene ganas.
Así guiados por estos niños —índigo por el color de su aura según dicen los privilegiados que pueden verla o Cristal porque su aura es transparente y permite ver los mocos mentales que proyectamos sobre ellos—, podremos trascender como individuos y acaso nos dejaran entrar al gran banquete extraterrestre cuando nuestra pobre tierra sea devorada por el fin(En otras épocas también te invitaban al banquete tecnológico, pero todavía estamos pagando las cuotas de la tarjeta ).
Nací antes que estos maestros infantiles. En aquellas primordiales instancias de la evolución espiritual no se clasificaba como niño Índigo o niño Cristal. Las dos tipologías eran un bosquejo, una nota al pie de página del gran manual ilustrado de concienciación de bobos. En aquella era, en que amenazábamos al cielo con el viaje a la luna, no habían desembalado aún el calificador de almas. Todo se hacia a mano y ojo.
Por eso no tenia los ojos grandes, ni era adulto prematuro, ni pensaba en romper los sistemas, características esenciales de los nuevos lideres espirituales infantiles que nos abrirán la puerta a la multidimensionalidad y por la que podremos saciarnos de canapés chakricos sin engordar nuestra mente ni una pizca. Si hubiera tenido el lóbulo frontal desarrollado me lo habrían dicho en el colegio mis amables compañeros que siempre y cariñosamente te decían: ¡Eh, cuatro ojos(o panzón, o ET o cabeza de grano).
Tampoco era muy reflexivo y pacificador. Aunque amaba y sigo amando la naturaleza no me caracterizaba por protegerla. En épicas batallas contra hormigueros solo gané cachetazos paternos, dados al constatar que intentaba extinguir a las rojas inoculando en la tierra que sustentaba nuestro naranjo compuestos elaborados con mi juego de química.
A lo sumo, y en la clasificación, yo podía ser un niño destrozón, un culo inquieto.
En compañía de mis primos la calificación volaba por los aires. Los comentarios de mis padres: vienen los primos y se enloquece o vienen tus primos y parece que viene el diablo, los motivaba mi comportamiento que tenia la característica hiperactividad de los niños Índigo.
Más tarde mi conducta viraba a la contemplación pasiva y sensible del niño cristal cuando me ponían delante mi comida favorita de la niñez: bife con papas fritas.
Pero aquello eran excepciones.
En días normales de café con leche, plan para acabar con los bichos, bife con papas fritas, colegio, café con leche con sanguche de mortadela, dibujitos en la tele y milanesa al horno, no se me hubiera ocurrido cuestionar la autoridad paterna o establecer nuevas normas en casa.
La hora de la cena era a las ocho y media, so pena de chancletazos o irse a la cama sin comer el asado al horno con papas.
Para los niños de aquellos años era impensable cualquier cuestionamiento a la figura de autoridad. Padres, tutores, maestros y el almacenero SABÍAN.
Y aquello no era discutible.
Hoy, cualquier autoridad recibe menoscabo, desprecio e intolerancia.
Ni los lideres Índigo o cristal nos salvan de la falta de respeto, de ideales, de esperanza y de fe.
O hay demasiado pocos o alguien malintencionado metió mano en la clasificación añadiendo la más común y abundante: Niño buñuelo, que tiene un aura amarilla focalizada a la satisfacción de los placeres y la abúlica consecución del ocio sin responsabilidades.
Preocupado por mi destino, fui a consultar al oráculo del barrio para que me mirara el aura.
Luego de quedarse mi plata el hombre me despachó con algunos números ganadores para el euromillones.
Comentarios
Son sensibles a todo y todo les molesta insoportablemente.
Pero cuando hablan siempre te dejan con el culo al aire...