No se porqué, los puristas del mundo de la pintura y los abribocas de la sonrisa fácil se llenan la boca hablando del Cristo de Borja.
Para quien no conozca la historia —existen aun esas personas que encerradas en sus propio mundo de fantasía no dejan que el mundo cotidiano los permee—: erase una vez una pintura en una parroquia de un ignoto pueblo Aragonés, carcomido por los años y el salitre. Desfalleciendo en la pared o la columna de la iglesia, el clásico Cristo de glaucos ojos melancólicos con la mirada vuelta al cielo, a la indiferencia de las alturas, hibridado de dolor y espinas, comido por el tiempo y el olvido.
Una pintora, avanzada en edad y piedad, decidió rescatarlo restaurándolo con sus trazos y sus mejores intenciones —construcción que se usa mucho para esta historia singular y que no significa sino que algunas veces las malas intenciones de los criticones prevalecen sobre una obra buena que se tuerce—, pero la pared , el ambiente y acaso su pericia perdida le jugaron una mala pasada.
El Cristo de Borja se transformó en otra cosa. Un mamarracho, dicen unos; una chapuza, una burla, un trazo casi historietistico que daba motivo de conversación y befa a las masas ávidas de ridículo.
Como si todos los que pintaron alguna vez a Cristo hubieran sabido como era.
¿Alguien estaba ahí?. Pregunto. ¿Alguien le sacó una foto?.
Olvidemos la improbable experiencia de J.J. Benítez o el derrotero de expiación del Judío Errante. Porque a mi se me figura el cristo aquel, ese que desprestigiaron siglos y siglos de mal entendido cristianismo y peor catolicismo apostólico romano.
Una pintora, avanzada en edad y piedad, decidió rescatarlo restaurándolo con sus trazos y sus mejores intenciones —construcción que se usa mucho para esta historia singular y que no significa sino que algunas veces las malas intenciones de los criticones prevalecen sobre una obra buena que se tuerce—, pero la pared , el ambiente y acaso su pericia perdida le jugaron una mala pasada.
El Cristo de Borja se transformó en otra cosa. Un mamarracho, dicen unos; una chapuza, una burla, un trazo casi historietistico que daba motivo de conversación y befa a las masas ávidas de ridículo.
Como si todos los que pintaron alguna vez a Cristo hubieran sabido como era.
¿Alguien estaba ahí?. Pregunto. ¿Alguien le sacó una foto?.
Olvidemos la improbable experiencia de J.J. Benítez o el derrotero de expiación del Judío Errante. Porque a mi se me figura el cristo aquel, ese que desprestigiaron siglos y siglos de mal entendido cristianismo y peor catolicismo apostólico romano.
¿De quien fue la idea de meter a los romanos en esto, de los Saulos de Tarsos? —El imperio nunca cayó dice Dick, alucinado por las visiones del rayo rosa en Valis— ¿de los decadentes últimos adeptos de los viejos dioses?
Antes de ser imagen de poster, ícono de los hippies y de los profetas posmodernos, el ser «real» fue un tipo desprolijo, de rasgos bastos y semblante adusto, maltratado por el clima del desierto de Judea, un trazo apenas delineado de espíritu divino con los pobres materiales que le tocó recoger, el hijo humilde de un pobre carpintero y una mujer sufrida, un pobre hombre al que le dijeron que era el Hijo del Hombre, amigo de los borrachos y las prostitutas, arrebatado por los cafiolos y los mercaderes —¡cuantos tenderetes derribaría hoy, si le fuera posible, ver en que se ha convertido su idea, su evangelio! ¡cuantos mercachifles saldrían espantados con su ira y su justicia! —el cristo ese que buscaba hombres, hombres que lo dejaran todo y vivieran de la buena fe del prójimo.
Y los puristas se desternillan de la risa al ver ese Cristo de cuya boca parece brotar un soplo del paráclito, queriendo huir de esa cárcel de fe muerta que es hoy la iglesia, con sus ritos vacíos de sentido y repetidos tantas veces sin ser comprendidos que han perdido toda su fuerza.
¿No es acaso evidente que el Cristo de Borja es una parábola del derrotero de aquella iglesia piadosa y llena de amor qué, con el tiempo y el mal uso se ha ido transformando y alejando de las enseñanzas que recibieron los primeros cristianos, los que se identificaban con el ICTIS, El pez?
¿Cuántos retoques de «buenas intenciones» ha tenido la iglesia desde entonces?
Y ahí en el fondo, mientras la gran mayoría de la gente descree de todo y solo se preocupa por si misma o por lo que tiene, la perturbadora frase de Dick sigue sonando:
El imperio nunca cayó,
Y los puristas se desternillan de la risa al ver ese Cristo de cuya boca parece brotar un soplo del paráclito, queriendo huir de esa cárcel de fe muerta que es hoy la iglesia, con sus ritos vacíos de sentido y repetidos tantas veces sin ser comprendidos que han perdido toda su fuerza.
¿No es acaso evidente que el Cristo de Borja es una parábola del derrotero de aquella iglesia piadosa y llena de amor qué, con el tiempo y el mal uso se ha ido transformando y alejando de las enseñanzas que recibieron los primeros cristianos, los que se identificaban con el ICTIS, El pez?
¿Cuántos retoques de «buenas intenciones» ha tenido la iglesia desde entonces?
Y ahí en el fondo, mientras la gran mayoría de la gente descree de todo y solo se preocupa por si misma o por lo que tiene, la perturbadora frase de Dick sigue sonando:
El imperio nunca cayó,
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