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Pio Nono, el detective de los miserables

Pio Nono estudio detectivismo por correo. Suspendió tres materias:"introducción al fisgoneo", "Como salir huyendo en una balacera descontrolada II" y "cuentas a cobrar". Como era un pobre infeliz, además de un tipo mas bien pesado, lo diplomaron sin honores,una vez que el director de la ACADEMIA WAMBLEY DE LAS CIENCIAS DE LA INVESTIGACIÓN, Garcilazo Paparuli, se hubo asegurado de que no le quedaban mas dineros.
Pio Nono no tenia aval, ni padres, ni padrinos. Reventó una noche la cerradura de un galpón guarda trastos del puerto, y con unas tablas viejas y un tarro de pintura reseca, al que infligió un poco de alcohol, improvisó su oficina.
Los primeros años fueron dificiles. Una férula de mal vivientes y gentes de la calle en general, compraba sus servicios con los desechos que encontraban en los basureros. Los casos eran robos de colchones, botellas de vino y otras minucias. Se forjó una solida reputación de competencia, porque tenia buena memoria y era el único que podía razonar minimamente, en un submundo de marginales entontecidos por la bebida, la pobreza y la malnutrición.
La suerte y algunos golpes afortunados le permitieron ganar algún dinero para poner una oficina mejor en un piso de alquiler de veinte metros cuadrados en el que también vivía.El portero del edificio se cansó de echar a la calle indigentes que hubieran sido potenciales clientes de Pio, si no hubiera sido por su mal aspecto y porque la oficina nueva quedaba en un barrio casi respetable. Los mendigos, cansados de tanta intolerancia esperaban en callejones aledaños y cuando veían a Pio salir le tiraban todo tipo de alimentos y cosas putrefactas.
Es en esta época cuando un filántropo adinerado a quien diera lástima por su aspecto y su traje lleno de inmundicias, le encarga el caso de su vida, la búsqueda del famoso niño de los Garsi, adalberto, quien posee una rara enfermedad que hace que su masa corporal sea infinitamente superior a su corta estatura.
Pio emprende el nuevo caso con bríos renovados, se compra un porta traje impermeable que se hace coser a sus vestidos para evitar los abusos a los que lo someten sus antiguos clientes, se permite el lujo de comer un bistec con papas fritas en un restaurante modesto, incluso va al cine y llega hasta la entrada. Frecuenta los bajos fondos en busca de alguna pista y no encuentra nada. Una noche recibe una bala en un tiroteo en el que se dispararon solo dos. Pasa un mes en un hospital, inconsciente.
Cuando despierta el sol de la mañana ilumina la cama de su vecino de cuarto.
Es un niño pequeño, rosado, rubio, consentido. debajo de su cama parece haber dos soportes, que sostienen el colchón, el niño, el fin del caso. Todavía atontado con la revelación, Pio avanza hacia la cama. El niño duerme, Pio intenta levantarlo cuando entran dos matones contratados por su padre, don Vincenzo Cagliatore y lo devuelven a la cama a golpes. Apresuradamente sacan los soportes debajo de la cama, que resultan ser dos maletas rígidas y extrayendo dos porras de ellas, proceden a apalizar al pobre pio, sin que ninguna enfermera ni medico se digne a entrar en la habitación.
Cuando Pio despierta han pasado tres meses más. El hospital lo ha dejado abandonado en un container, sin bata y con harapos mugrientos. El porta traje ha desaparecido, su cartera también.
Pio vaga por las calles intentando vanamente recordar la dirección de su oficina, su hogar, el unico sitio del universo que no le es hostil.
No lo logra.
Ahora (y hasta que desaparece en una de esas escaramuzas urbanas que nunca faltan, muchos años después) le espera un mundo que también lo desprecia, el de los mendigos desdeñados...

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