Así es amigos. No hace mucho contábamos la iniciativa pionera de un tal Elvio Andreoli, editor que, cansado de perder dinero en ediciones no remuneradas, decidió trasladar los clásicos a la masa de los tallarines, para que la cultura fuera accesible a todos.
Este delirante emprendedor que ya soñaba con sacar los 16 tomos de las Mil y una Noches del capitán Burton en bandejas de canelones para congelar y la Fondue surtida de Gargantua y Pantagruel vio de pronto como sus ganancias caían en picado por varias quejas que los compradores interpusieron ante el defensor del pueblo. Puede colegirse de las quejas, que los agraviados luego de zamparse unos risottos a la milanesa con las obras completas de Shakespeare (el ejemplo esta extraído directamente de una hoja de reclamación que este redactor pudo ver) y queriendo presumir en las cenas de camaradería o de trabajo de su sapiencia, fueron objeto de burlas y escarnios por creer que D'artagnan y Fantomas pertenecian al Sueño de una noche de Verano y que el príncipe loco que salía vengando a su padre Geppetto en Hamlet se llamaba Charlie Parker.
Hilando fino se pudo ver que todo obedecía a un sabotaje que algún trabajador descontento ejercía sobre las pastas, acaso, mortificado por el trato personal de Andreoli o sus malas y mal remuneradas condiciones de trabajo.
Pero esta teoría fue pronto descartada ya que la empresa es de raigambre familiar, y tiene como operarios a los progenitores de Andreoli, su mujer, dos hijas, un primo y el abuelo jubilado, que pintaba primorosamente las portadas de los libros en las cajas de pastas frescas.
Mal asesorado por amigos, Andreoli intentó sacar provecho del filón mediático del Aleph engordado( comentado en este blog), que se encontraba en juicio y por el que lo querellaron las dos partes.
Este delirante emprendedor que ya soñaba con sacar los 16 tomos de las Mil y una Noches del capitán Burton en bandejas de canelones para congelar y la Fondue surtida de Gargantua y Pantagruel vio de pronto como sus ganancias caían en picado por varias quejas que los compradores interpusieron ante el defensor del pueblo. Puede colegirse de las quejas, que los agraviados luego de zamparse unos risottos a la milanesa con las obras completas de Shakespeare (el ejemplo esta extraído directamente de una hoja de reclamación que este redactor pudo ver) y queriendo presumir en las cenas de camaradería o de trabajo de su sapiencia, fueron objeto de burlas y escarnios por creer que D'artagnan y Fantomas pertenecian al Sueño de una noche de Verano y que el príncipe loco que salía vengando a su padre Geppetto en Hamlet se llamaba Charlie Parker.
Hilando fino se pudo ver que todo obedecía a un sabotaje que algún trabajador descontento ejercía sobre las pastas, acaso, mortificado por el trato personal de Andreoli o sus malas y mal remuneradas condiciones de trabajo.
Pero esta teoría fue pronto descartada ya que la empresa es de raigambre familiar, y tiene como operarios a los progenitores de Andreoli, su mujer, dos hijas, un primo y el abuelo jubilado, que pintaba primorosamente las portadas de los libros en las cajas de pastas frescas.
Mal asesorado por amigos, Andreoli intentó sacar provecho del filón mediático del Aleph engordado( comentado en este blog), que se encontraba en juicio y por el que lo querellaron las dos partes.
Incapaz de afrontar los costes de los juicios, Andreoli optó por la única solución que le quedaba: llevó una banca a los márgenes del puerto y quebrándola sobre sus piernas a la antigua usanza, se declaró en bancarrota.
Con la fabrica ya cerrada y las ediciones en manos de los acreedores se ha podido saber otro dato: la mayoría de las personas que consumía las pastas TragaTraga lo hacían con la televisión y el aderezo acompañante de alcoholes de baja procedencia, lo que constituía un coctel sumamente indigesto. Sumar la letra escrita a la ignorancia catódica provocaba los correspondientes colapsos y despistes que llevaron a esta noble iniciativa a la ruina. Una lástima.
Pero así es la sociedad en la que vivimos. Un cúmulo de ignorancias disfrazadas de grandes verdades, sostenidas a voz en cuello por prepotentes profesionales y sicarios de la palabra.
Y yo que me quería comer esta fin de semana unas albóndigas Dostoievski...
Con la fabrica ya cerrada y las ediciones en manos de los acreedores se ha podido saber otro dato: la mayoría de las personas que consumía las pastas TragaTraga lo hacían con la televisión y el aderezo acompañante de alcoholes de baja procedencia, lo que constituía un coctel sumamente indigesto. Sumar la letra escrita a la ignorancia catódica provocaba los correspondientes colapsos y despistes que llevaron a esta noble iniciativa a la ruina. Una lástima.
Pero así es la sociedad en la que vivimos. Un cúmulo de ignorancias disfrazadas de grandes verdades, sostenidas a voz en cuello por prepotentes profesionales y sicarios de la palabra.
Y yo que me quería comer esta fin de semana unas albóndigas Dostoievski...
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