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¡AH, El futuro! - Por Indiro Galíndez (desarrollador de paginas Webs y productor avícola)

Cuando me preguntan —en los seminarios de  nuevas tecnologías a los que me invitan— hacia donde va esta sociedad occidental,  hago un ejercicio de curiosidad intelectual y sumiéndome en un profundo trance del que solo puede sacarme la inminencia de una deposición o una bandeja de canapés con su cerveza -—o ambas cosas si la cerveza no viene regada con nada y es fruto de un convite—  les digo: ¿Qué me preguntan a a mi me vieron cara de Alfred Bester? Poniendo cara de reprobación y profundo pesar por la ignorancia de mi interlocutor de turno al que ilustro diciéndole que era un grandioso precursor de futuros en la ciencia ficción.  Ah —me dice él—, yo he leído a Asimov. Asimov, el escritor citado por quienes no tienen idea de lo que es la ciencia ficción y que granjea enemistades en gentes cultivadas, hacia los patéticos profanos que quieren quedar bien pensando que con esa respuesta saldrán del paso sin despeinarse.
Si sé que el futuro está en los enlaces y en las aplicaciones. 
 No hablo de casamientos ni de tratamientos dermoestéticos, sino de la imbricada red que se mueve a nuestro alrededor y nos sujeta a todos como moscas en una telaraña virtual: Internet, que no es una red interna de venámenes, sino la red internacional de boludeces exportables que caben en dispositivos móviles de pequeño tamaño susceptibles de enchastrar con los dedos engrasados. Y con dispositivos hablo no solo de móviles, o celulares  —según el país en que este quien lea—, sino también portátiles.  Pero no lamparas para iluminar el patio cuando hacemos asado, sino ordenadores o computadores de reducidas dimensiones y tablets. En estos artilugios que tienen todos los adelantos tecnológicos y todos los retrocesos espirituales  —pues impiden la meditación y el pensamiento y además coartan la capacidad retentiva al anular la mnemotecnia simple de recordar el numero de teléfono de tu casa o la del carnicero que te fía esta la eterna dicotomía que rige nuestras vidas: la lucha entre el bien y el mal. Como bien decía el tío de Peter Parker  —que es en los ratos perdidos un tal Spiderman, uno que lo picó una araña y en vez de envenenarse se transformó en un saltaparedes o yamakasis —antes de morir a manos de una revienta recaudaciones: «Un gran poder conlleva una gran responsabilidad». Y tener la posibilidad de una conexión ilimitada conlleva una gran cuota de idiocia.
Conozco gentes cuya única ilusión en esta vida es ver las tonterías que desde el otro lado del océano les manda su cuñado el gracioso, que está de vacaciones. Esas personas no tienen amigos reales sino contactos con los que desfogan su incapacidad para nutrirse de amor y cariño de sus inmediatos semejantes. Buscan, envidiosos, contactar a viejos enemigos o compañeros de la primaria insoportablemente perfectos en su recuerdo, solo para ver como su vida se ha ido al garete a juzgar por las pésimas fotos y el pésimo estado que tienen en las mismas: achatados de pelo y oblongados por una vida muelle y un coeficiente intelectual apenas levado por inquietudes espirituales. Rehenes de sus hijos y cautivos de sus caprichos. 
Conozco personas que descargan en sus aparatos aplicaciones  —caprichos cibernéticos que quieren hacer la vida mejor pero no lo logran— que producen una inagotable fuente de frustraciones cuando al insultar al móvil con la aplicación Hablale a la pantallita,  la pantallita no contesta.
¿Y si pasa un caso? ¿Y si de pronto tal y como se especula en obras de ciencia ficción serias, los satélites deciden todos a uno hacer huelga y nos dejan sin comunicaciones y sin conexiones y sin todas esas zarandajas que consideramos indispensables pero no sabemos como funcionan?
Ahí sí que habrá, como dice la biblia llanto y rechinar de dientes y todos vagaremos sin rumbo, desconociendo a nuestros seres mas cercanos, interrogando  las alturas en busca de una señal, aunque sea la señal de ajuste de los viejos televisores en color de la primera época, una grilla de colores sin otra finalidad que anteceder la emisión de un contenido descargado que no llegará jamás.

NOTA DE REDACCION: El señor Galíndez es un caso raro de enciclopedismo y pajueranismo aunado en una sola persona. Estudio redacción y nuevas tecnologías con un curso Ilven de cincuenta casettes que sometidos a estudio resultaron fallidos. 
Sepan disculpar si la intolerable soberbia campechana de Galíndez ofende el buen gusto de nuestros lectores.
Gracias.

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